lunes, 7 de abril de 2008

Desayuno a la Mexicana

Una cuchara plateada giraba como un péndulo dentro de la taza. Un dedo índice muy fino y un pulgar de piel sedosa la sostenían, y se escuchaba el sutil roce de la porcelana blanca al contacto con el metal. El azúcar morena iba disolviéndose en el fondo, y con el tranquilo vaivén de los dedos, un cardumen de granitos de canela flotaba en espiral.

En un instante los dedos finos apretaron con fuerza desmedida el mango. La cuchara quedó tiesa y asustada, y el café perdió su ritmo. Las yemas de los dedos la apretaban cada vez más fuerte y sin consideración, y un sudor frío se transmitió por el dedo pulgar antes de que fuera inesperadamente abandonada para caer de golpe contra la taza. Fue ahí cuando la cuchara empezó a sufrir, lo que parecía ser, un ataque epiléptico. No solo ella, sino todos alrededor. La taza se convulsionaba bruscamente y hacía gritar al plato que luchaba por sostenerlos. Los sobrecitos de azúcar que habían absorbido el líquido en el plato fueron botados hacia la mesa por los aparatosos movimientos. Todo se sacudía frenéticamente y las cenizas de los cigarrillos Benson se iban desmoronando. Los cigarros que quedaban recargados sobre el cenicero opaco y transparente se caían y rodaban sobre la mesa sin ningún orden. Aquellos dedos finos de sutileza al tacto ya no regresaron. El café había perdido toda calma, y tomaba la identidad de un mar abierto atormentado. Dentro de su ataque, la cuchara se percató del desplazamiento que los llevaba cada vez más y más cerca a la orilla circular de la mesa. Ese abismo incierto se encontraba a diez centímetros ahora y todos trataban de frenar el temblor que los poseía, pero fracasaban.
Cuando quedaban sólo tres centímetros, los espasmos incontenibles seguían enajenados en poseerlos ante su voluntad, y la mesa había entrado un movimiento trepidatorio. La cuchara y el cenicero se miraron por última vez, y leyeron en si mismos el pánico que los embestía. La distancia al abismo se había extinguido. El plato ya no gritaba, y la taza tampoco. Iban ya los tres en picada enfurecida y lo último que la cuchara alcanzó a escuchar, fue como se doblaba el sonido del revolcar del cenicero contra la mesa.

En la mañana siguiente; en alguna otra mesa de desayuno, en algún otro país del mundo, el humo de un cigarrillo Benson leería sobre su mesa, el diario que anunciaba la alarmante noticia del terremoto de 1985 en la ciudad de México.

1 comentario:

Ezequiel Barrasa dijo...

Buenísimo como desde un lugar tan pequeño (el interior de una taza de café) se puede contar algo tan grande.
Final inesperado, frases breves, texto corto y efectista. Causa el efecto deseado en el lector.
Excelente.