jueves, 31 de julio de 2008

La operación de una labor caprichosa

Cuando se trata de fuerza bruta el camino es casi absoluto: se hace o no se hace. En cambio, y me atreveré a decir ''desafortunadamente'', en el ámbito de la creación de algo artístico, no existe solución que venga de la pura fuerza bruta.
Es una tarea voluble y caprichosa que seguramente se levanta todos los días ideando nuevas formas para evadir y confundir al entusiasmado artista o aficionado. Una labor que se despierta tranquila sabiendo lo codiciada que es, y lo ansiosos que estamos todos, por descifrar de principio a fin sus fórmulas y su genética. Ansiosos por llevarla al quirófano y hacerle una cirugía eterna. Una operación donde en la sala de espera se van derritiendo de agonía y derramándose por las esquinas como mercurio líquido, millares de escritores, músicos, cineastas, pintores y demás. Pero esta labor (que por las mañanas se asoma a la ventana y ve el bosque, la selva, el mar: todo debajo de ella) no se altera. Tranquila, abre el ventanal que da la entrada majestuosa a la luz de su sol, y detrás del vaporcito amargo del café que lleva en mano, sonríe y por un momento cree que siente compasión por los pobres y enloquecidos, creadores de cosas. Seguramente su regocijo se encuentra en algún lugar cercano a donde nuestra frustración llega a topar.

De cualquier manera, del quirófano sale uno de los cirujanos con un bisturí en la mano goteando sangre transparente. Los artistas enfiebrados se pisan entre sí para acercársele y escuchar lo que tiene que decir. Se quita la máscara de operación el médico y enseguida, como por arte de magia se le entumece la boca. Trata desesperadamente de contarles los secretos que han descubierto durante la operación, pero sus palabras no son más que sonidos mudos que lo llevan a un desmayo infinito y placentero. Perplejos, todos se dirigen a la sala de operación. Los quince cirujanos en escena, absortos se miran, e igual tratan de pronunciar palabras que se convierten en gritos que nadie escucha y terminan ahogándolos hasta la inconsciencia. Entonces, ante los ojos atónitos de los expectantes artistas paralizados, ella se levanta con tranquilidad. Delgada y alta como siempre, se pone su abrigo oscuro, y su sombrero de ala larga. Abre la puerta de la sala de operaciones con un golpe elegante, y con una mueca de desapego, les desea suerte y se despide caminando, como caminan los poemas hasta desvanecer por los pasillos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

la vimos desvanecerse... pero seguro yo fui una de las enloquecidas que se quedaron buscando el poema hasta la madrugada, en el pasillo de ese hospital. (gracias! voy a seguir leyendo.. un abrazo)

Diego M dijo...

Muy bueno Emilio!!! al leerlo se me pegó tu tonada mexicana, recuerdo de la primera reunión cruzagramística.
Espero verte en la segunda (pronto, muy pronto!)
Abrazo!!