martes, 25 de noviembre de 2008

La Norteñita

Desde la época de la revolución, se canta aún por las tierras recias del norte de México, el corrido de una mujer de estirpe avasallador. Donde el saguaro abunda, y donde el sol estremece calaveras que bailan sobre sus tumbas mascando tortillas, se cuenta esta leyenda:

La Norteñita, que cabalgó con Zapata y Villa por los senderos donde su bravura quedó impregnada, fue una emblemática figura escondida tras el vaho de los difuntos que aún la lloran.
Había en ella una esencia enigmática y una belleza paralizante que emanaba todo su ser. Su figura se reconocía a distancia: un torso exquisito arqueándose sobre su frágil cintura; el dulce vaivén de sus caderas y la misma luz que pareciera buscarla, invitaba a uno a rendir la vista tras la desnudez bajo su falda. El brillo en su cabello caía como cascada sobre su cara: esa silueta más dulce dibujada siempre bajo una sombra finísima, cubría sus cejas pobladas, sus ojos almendrados y su piel cálida; unos pómulos tan coquetos, como sus labios siempre húmedos y deseosos de pronunciar un beso...
Penetraba de imprevisto el alma de los hombres que la deseaban. Era algo parecido a un anhelo compulsivo de ser parte de ella, lo que los dejaba marcados con huella indeleble hasta conducirlos a una demencia total. No faltaba el que cayera en la ilusión que ella les pintaba. Lo que no lograrían comprender era como ella los olvidaría tan instantáneamente, dejándolos no sólo estúpidos y enamorados, sino desamparados dentro de su reducido mundo. Para ellos que la conocieron en la intimidad, su vida se había convertido en Ella y y únicamente Ella... y por lógicas razones, cuando La Norteñita partía sin dar razón ni aviso y sin marcha atrás, era sólo cuestión de tiempo para que ellos mismos pusieran fin a su desdicha.

En algunos cementerios de por acá, todavía se escuchan los murmullos que ayer fueron las plegarias: ''¿pero por qué me dejas norteñita?'', musitan las tumbas de aquellos hombres. Se cuenta que bien gozada su vida, la Norteñita le sonrió al viento de su muerte cuando, montada sobre su caballo, por un costado le llegó.
Las muertes de los hombres siempre se adjudicaron a mil razones menos la verdadera. De igual manera esquiva, entre los ríos que murmuran, y cargan las verdades de una tierra y su gente, se sabe de su trayectoria. Casi cien años han pasado y sigue cobrando vidas con sólo enamorar un nuevo querer; pero esta vez ya no es ella directamente, sino con su misma belleza, las hijas de su linaje (que como algunos difuntos dirían: hijas de su chingada madre), viven distantes entre sí, y sin conciencia alguna de ello, llevan a los hombres a una locura por no llegar a poseerlas.

1 comentario:

Matías dijo...

Muy bueno!

Parece que el linaje de la Norteñita (o de alguna con idénticas cualidades) se ha extendido bastante. Basta con salir a caminar un rato por la calle, al menos acá en Buenos Aires, para comprobarlo...

Saludos!