viernes, 11 de abril de 2008

Problematica Social en La Argentina

Existe en La Argentina un problema social sin precedentes, que se ha propagado como una plaga. Se encuentra hasta en la esquina más rebuscada de la capital y en mayores índices, en ciertas regiones del país. Desafortunadamente no se ven indicios de mejoramiento o de salvación alguna para aquellos, que como producto de este atropello, terminan siendo las víctimas de nuestra realidad actual. Día a día la situación empeora y todos hacen nada para remediarla. Aparecen cada vez más casos de hombres con los tres síntomas comunes de esta calamidad: Cuellos severamente torcidos, que vuelven insalubre su condición para el trabajo diario; hombres que han quedado con los ojos completamente abiertos, a causa de shock, sin posibilidad alguna de volver a parpadear; y el más común que se ve en hospitales más a menudo: Hombres con lesiones en la cabeza por darse de topes contra el poste de luz, debido a su justificada frustración. Esta situación no es cualquier cosa. Esta plaga se va multiplicando y tiene la naturaleza de poder manifestarse en entidades completamente distintas; con diferentes rasgos, tamaños, colores, inclinaciones e intereses, pero todas estas entidades son portadoras de la esencia que las constituye, y a su vez siguen diariamente perpetuando el problema. Esta problemática social tiene un origen; una razón de ser. La raíz del problema radica en la imposibilidad de alcanzar ''la abundancia total'' en la que se manifiesta la hermosura de las mujeres Argentinas.

lunes, 7 de abril de 2008

Desayuno a la Mexicana

Una cuchara plateada giraba como un péndulo dentro de la taza. Un dedo índice muy fino y un pulgar de piel sedosa la sostenían, y se escuchaba el sutil roce de la porcelana blanca al contacto con el metal. El azúcar morena iba disolviéndose en el fondo, y con el tranquilo vaivén de los dedos, un cardumen de granitos de canela flotaba en espiral.

En un instante los dedos finos apretaron con fuerza desmedida el mango. La cuchara quedó tiesa y asustada, y el café perdió su ritmo. Las yemas de los dedos la apretaban cada vez más fuerte y sin consideración, y un sudor frío se transmitió por el dedo pulgar antes de que fuera inesperadamente abandonada para caer de golpe contra la taza. Fue ahí cuando la cuchara empezó a sufrir, lo que parecía ser, un ataque epiléptico. No solo ella, sino todos alrededor. La taza se convulsionaba bruscamente y hacía gritar al plato que luchaba por sostenerlos. Los sobrecitos de azúcar que habían absorbido el líquido en el plato fueron botados hacia la mesa por los aparatosos movimientos. Todo se sacudía frenéticamente y las cenizas de los cigarrillos Benson se iban desmoronando. Los cigarros que quedaban recargados sobre el cenicero opaco y transparente se caían y rodaban sobre la mesa sin ningún orden. Aquellos dedos finos de sutileza al tacto ya no regresaron. El café había perdido toda calma, y tomaba la identidad de un mar abierto atormentado. Dentro de su ataque, la cuchara se percató del desplazamiento que los llevaba cada vez más y más cerca a la orilla circular de la mesa. Ese abismo incierto se encontraba a diez centímetros ahora y todos trataban de frenar el temblor que los poseía, pero fracasaban.
Cuando quedaban sólo tres centímetros, los espasmos incontenibles seguían enajenados en poseerlos ante su voluntad, y la mesa había entrado un movimiento trepidatorio. La cuchara y el cenicero se miraron por última vez, y leyeron en si mismos el pánico que los embestía. La distancia al abismo se había extinguido. El plato ya no gritaba, y la taza tampoco. Iban ya los tres en picada enfurecida y lo último que la cuchara alcanzó a escuchar, fue como se doblaba el sonido del revolcar del cenicero contra la mesa.

En la mañana siguiente; en alguna otra mesa de desayuno, en algún otro país del mundo, el humo de un cigarrillo Benson leería sobre su mesa, el diario que anunciaba la alarmante noticia del terremoto de 1985 en la ciudad de México.