miércoles, 3 de diciembre de 2008

Bestias

Se oyen retumbar las paredes aquí dentro. Se siente lodoso el terreno. No se distingue nada en esta oscuridad, más que un olor a diarrea en el suelo y los gritos de una multitud allá afuera.
Desde acá arriba, en las afueras de la explanada, se ve entrar a una niña delgada, alta y arrogante, vestida de bailarina rosa, brillantitos de colores y peluca extraña. Se desplaza seductora y sabiéndose frágil, sobre la punta de sus pies alrededor de la arena circular, mientras todos en las gradas le aplauden y le gritan: To-re-ro, To-re-ro... La bailarina, les responde y se infla de orgullo oyendo el continuo reverberar de su nombre llamándola por la plaza.

Se levanta un portón de madera roja y de la oscuridad emergen buscando salida, dos ojos enfurecidos, cuatro patas, una bestia negra y dos cuernos. El ritual comienza. La capa roja burla a la bestia y la multitud celebra a gritos. El ritual continua, y mientras mas sangre se desparrama por la arena, la gente más se identifica. La euforia, el morbo y la barbaridad se sodomizan. Se sonríen con el culo sudoroso y se aglutinan. Se personifican y se tiñen escurridizos sobre semblantes de gordos y gordas; de rectores, gobernantes, artistas e intelectuales, llamándose a si mismos conocedores del ''arte del toreo''.
La lengua muerta del toro cuelga vencida sobre sus labios babosos. Su mirada bizca no le encuentra salida ni sentido a todo esto. Sus patas tiemblan y su cuerpo milagrosamente sigue parado. Su traje: flechas con banderillas enterradas sobre el lomo y cortinas de sangre sobre un toldo negro. Las zapatillas de la bailarina danzan en puntitas sonrientes al ritmo del Cascanueces. Un pasito por aquí, ademanes por allá, hasta que se para frente al toro moribundo con las manos sobre la cintura. La gente se para, aplaude y enloquece gritándole de nuevo: To-re-ro, To-re-ro... La bailarina le da la espalda a la bestia y se prepara para sacar la espada que atravesará las cuatro vidas del toro, cuando de pronto siente un cuerno macizo que le atraviesa por el torso y la levanta al cielo. Un escalofríos la irriga y todo comienza a dar vueltas; los gritos se vuelven líquidos, las imágenes se doblan, y los caballos se acercan presurosos con jinetes de lanzas rojas. La bailarina ahora hace piruetas aéreas, ya no tan alegre, convulsionando su cuerpo lloroso y frágil al ritmo del cuerno de un toro agonizante.
De pronto, una estaca atraviesa el lomo del toro y lentamente cae al suelo. ''Bestias descorazonadas'', piensa el toro conforme ya desangrado lo siguen acribillando en el suelo.