jueves, 16 de abril de 2009

Iniciador de principios

La faja rabiosa averiaba el flujo de sangre hacia su pecho. El abdomen hinchado lo oprimía hacia las rodillas conforme apresuraba el paso. Iba reflejando en vidrios oscuros la rigidez de su falda, bordada a retazos de tela de sofá de abuelos. Un gendarme sepultado yacía estoico en un retrato dentro de su bolso. Diez metros atrás, habiendo ella bajado tres pisos en escalera, dos semáforos en rojo, un ciclista que la violó en piropos y una cuadra de vidrios polarizados, el frustrador de amantes abría la puerta de un edificio y daba comienzo a su día: vestido de negro y con zapatillas rojas, la seguía desde la cuadra contraria.
En la alameda, adonde ambos se dirigían, y donde el amante en potencia esperaba sentado en una banca impermeabilizada contra caca de paloma, vacilaba entre sus manos un bolígrafo que estaba a punto de chorrear tinta azul; él sin darse cuenta, fijaba su vista en la avenida donde esperaba que ella apareciera.
Recargado contra un árbol en la misma alameda, a unos metros del kiosco donde tres niños patinaban y su madre sonreía, el iniciador de principios se frotaba las manos como si estuviera frente a una chimenea, deseoso de soplar su vaho entre los dedos. Ella apareció por la avenida que él esperaba, y el bolígrafo chorreó en su mano y sobre la bastilla de su pantalón; el frustrador de amantes apresuró de pronto el paso hasta alcanzarla y ponerse frente a ella dando un salto de sorpresa, como si esperara que lo reconociera al propinarle su sonrisa de luna. El amante en potencia se levantó de la banca impermeabilizada de caca y estiró el cuello de guajolote hacia la avenida donde se aproximaba ella. El frustrador de amantes le tapaba toda visibilidad a los gestos de extrañez con los que ella como reflejo contestaba. El iniciador de principios había soplado un vaho imaginario entre sus dedos y con las manos sobre el pasto y la raíz del árbol, se impulsó para dar comienzo a su caminata semejante a la de un vagabundo esclarecido, que con calma alimenta a sus gallinas lanzándoles maíz con desapego. El frustrador de amantes retrocedió con ella por breves segundos adonde la avenida se doblaba ciega; enseguida ella le agradeció con una sonrisa y continuó en su trayecto hacia la banca impermeabilizada de caca, donde la esperaba ahora, un chorro de tinta azul, un tipo con tranquilidad de vagabundo y un vaho transparente, entre su sonrisa y el frotar de sus manos.